El cuidado de nuestros padres: entre el amor, la dignidad y la realidad

El cuidado de nuestros padres: entre el amor, la dignidad y la realidad
La sociedad actual nos enfrenta a una realidad innegable: el envejecimiento de la población y la necesidad de cuidados especializados para nuestros mayores. Como experta en liderazgo y habiendo dirigido instituciones que requieren un profundo compromiso con el servicio público, hoy quiero compartir una experiencia personal que me toca de cerca: soy hija y usuaria de un centro geriátrico para mi padre, (hasta hace un año y medio también para mi madre). Un hogar asistencial que funciona como fundación privada-concertada.
Esta vivencia me ha permitido ver la realidad desde ambos lados: como profesional que analiza organizaciones y como hija que vive el proceso en primera persona.
El camino hasta llegar a la decisión del centro asistencial es largo, costoso y emocionalmente agotador. Como muchos hijos, intentamos primero todas las alternativas posibles: cuidadores en casa, adaptaciones en el hogar… Los costes, tanto económicos como personales, son enormes. La búsqueda de profesionales fiables que cuiden adecuadamente a nuestros padres se convierte en una odisea: personas que realmente sepan atenderlos, que no se limiten a estar pendientes del móvil, que les proporcionen una alimentación adecuada, que no los dejen solos repentinamente. Y todo esto mientras intentamos mantener nuestros trabajos, atender a hijos y vivir con la preocupación constante.
Cuando finalmente la situación se vuelve insostenible, nos enfrentamos a la realidad de buscar un hogar asistencial. El proceso de acceso es muy complejo, lento y muchas veces absolutamente desesperante. Los costes en centros privados son elevadísimos, mientras que las plazas públicas tienen largas listas de espera. Y entonces llega el momento más duro: el sentimiento de culpabilidad. Aunque sabemos que es la mejor opción, aunque somos conscientes de que en un buen centro estarán mejor atendidos que en casa, ese sentimiento nos acompaña. La generación de nuestros padres, especialmente los que hoy superan los 80 años, nunca contempló acabar sus días en un centro asistencial, y eso pesa en nuestra conciencia.
Y aquí viene una reflexión que nos toca a todos: nuestros padres y cualquiera de nosotros puede ser, en un futuro no tan lejano, usuario de estos centros. Las enfermedades degenerativas mentales no distinguen clase social, nivel educativo o estatus económico. El Alzheimer, la demencia y otras patologías similares son una realidad creciente en nuestra sociedad longeva.
¿Estamos preparando un sistema digno para nuestro propio futuro?
El verdadero liderazgo transformacional, del que tanto hablo en mis conferencias, blog, clases y escritos, debe aplicarse urgentemente en este sector.
No podemos permitir que los profesionales que cuidan a nuestros mayores trabajen en condiciones precarias. Su labor requiere no solo formación técnica, sino también una enorme voluntad de servicio y compromiso.
Es imprescindible dotar económicamente a estos centros asistenciales para que cuenten con instalaciones adecuadas y, fundamentalmente, para garantizar salarios dignos a sus profesionales, acordes con la extraordinaria labor que realizan.
Los que critican sin conocimiento a quienes “llevan a sus padres a un centro” deberían vivir en primera persona esta realidad. También a quienes legislan. Deberían experimentar las noches sin dormir, la angustia de las decisiones difíciles, el peso de la responsabilidad y el amor que hay detrás de cada decisión tomada.
La inteligencia artificial y la digitalización, aunque útiles como herramientas de apoyo, nunca podrán sustituir el trato humano, el cariño y la atención personalizada que necesitan nuestros mayores. No pueden dar de comer, asear, vestir o acompañar en los muchos momentos de desorientación. No pueden ofrecer una mano amiga o una palabra de consuelo.
Como sociedad envejecida, con una esperanza de vida cada vez mayor, necesitamos abordar esta realidad con urgencia y determinación.
Es momento de que los líderes políticos y sociales asuman su responsabilidad. La ley de dependencia debe estar adecuadamente dotada, y las condiciones laborales de los profesionales deben reflejar la importancia de su labor.
Como sociedad, debemos preguntarnos:
- ¿Qué tipo de cuidados queremos para nuestros mayores?
- ¿Qué valor real damos a quienes dedican su vida a cuidar de los demás?
- Y, ¿qué tipo de atención queremos para nosotros mismos cuando llegue el momento?
Las residencias privadas de alto coste no pueden ser la única opción viable para una atención de calidad. Deben existir como alternativa para quienes dispongan de los recursos necesarios, pero no como la única vía para recibir una atención digna. La gran mayoría de la sociedad necesita acceder a centros públicos o concertados con costes asumibles, sin que esto suponga una merma en la calidad de la atención o simplemente, desatención.
¡Tantas veces me pregunto por la realidad de los mayores que no vemos! ¡Sin familias o sin atención!
Es responsabilidad de nuestros gobiernos garantizar que el cuidado de nuestros mayores no se convierta en un privilegio, sino en un derecho accesible para todos.
El liderazgo transformacional que defiendo debe aplicarse también en este ámbito.
No basta con gestionar; hay que transformar, innovar y, sobre todo, dignificar tanto la atención a nuestros mayores como las condiciones de quienes los cuidan.
Porque no hay mayor valor que el cuidado y respeto por quienes nos precedieron y por quienes dedican su vida a cuidarlos. Y porque, en definitiva, estamos diseñando el sistema que también nos acogerá a nosotros mismos en el futuro.
En mi blog comparto reflexiones y pensamientos sobre los fundamentos que han de garantizar el buen funcionamiento de las organizaciones, situando en el centro a las personas y poniendo énfasis en la dirección por valores y en el liderazgo de los directivos.
En un momento como el actual, el respeto, la potenciación del talento y el establecimiento de relaciones de confianza son necesarios para el éxito de las empresas.