El poder sin propósito: la crisis de liderazgo en la era Trump

El poder sin propósito: la crisis de liderazgo en la era Trump

En este momento crucial de 2025, cuando el mundo enfrenta desafíos sin precedentes que requieren un liderazgo transformador y basado en valores, la segunda presidencia de Donald Trump nos obliga a reflexionar sobre el propósito del poder y sus consecuencias globales.

Para comprender la actual crisis de liderazgo, debemos explorar las raíces psicológicas que explican el comportamiento de Trump. Su infancia fue marcada por la figura dominante de su padre Fred Trump, un magnate inmobiliario conocido por su dureza y pragmatismo extremo, que sentó las bases de una personalidad compleja. Creció en un ambiente donde el valor personal se medía exclusivamente por el éxito económico y la dominación sobre otros, moldeando una visión del mundo fundamentada en la dicotomía de “ganadores versus perdedores”. ¡Increíble!

Esta formación creó lo que los psicólogos denominan una “armadura narcisista” – una fachada de grandiosidad que oculta profundas inseguridades. La constante necesidad de validación, la hipersensibilidad a la crítica y la incapacidad de admitir errores indican que, bajo la superficie de aparente invulnerabilidad, existe una fragilidad emocional significativa.

En el caso de Trump, su constante necesidad de reafirmación a través de manifestaciones multitudinarias, su obsesión por los números de seguidores, y su tendencia a exagerar sus logros, indican  una búsqueda incesante de validación externa que ningún nivel de poder o éxito parece satisfacer.

Después de haber trabajado con más de 3,500 profesionales y directivos, he podido comprobar que un líder no nace, se hace.  (Peter Drucker). Sin embargo, la actual administración estadounidense se empeña en desafiar todos los principios fundamentales del liderazgo transformacional. La reciente creación del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), liderado por Elon Musk, junto con la presencia del vicepresidente J.D. Vance, ha consolidado una peculiar coalición de poder que prioriza la dominación sobre la transformación.

Los acontecimientos recientes ilustran esta dinámica preocupante. Los aranceles universales,  las deportaciones masivas de inmigrantes, y las controversiales propuestas sobre Gaza y Groenlandia reflejan una visión del poder como herramienta de control más que de progreso social. Las consecuencias se manifiestan tanto en el ámbito internacional, con tensiones con China y el deterioro de relaciones con aliados tradicionales, donde la polarización social alcanza niveles sin precedentes.

Como siempre he defendido desde este blog. el mundo necesita desesperadamente líderes que se comprometan a dirigir desde los valores.

La paradoja actual es clara: cuanto más poder acumula la administración Trump, más se aleja de los principios fundamentales del liderazgo transformacional. Los indultos masivos a los participantes del asalto al Capitolio y la implementación del programa “Quédate en México” son solo algunos ejemplos de cómo el poder se utiliza para reforzar divisiones en lugar de construir puentes.

El coste de este estilo de liderazgo es profundo y potencialmente duradero. La confianza en las instituciones democráticas se erosiona, las tensiones sociales y raciales se intensifican, y la lucha contra el cambio climático sufre retrocesos significativos. Este deterioro sistemático de los valores democráticos y la cohesión social plantea preguntas urgentes sobre el futuro del liderazgo global.

Las largas noches en soledad de Trump en la Casa Blanca, (documentadas por diversos testimonios de su personal cercano,) indican momentos de agitación y duda que contrastan con su imagen pública de inquebrantable confianza. Esta dinámica psicológica crea un ciclo perverso: cuanto más poder acumula, más intensifica su comportamiento dominante para mantener a raya sus propias inseguridades.

En este panorama dominado por oligarcas tecnológicos y líderes autoritarios, surge una pregunta fundamental:

¿Cuál es el papel de los ciudadanos de a pie?

La respuesta reside en el poder de la acción colectiva consciente.

El verdadero poder transformador radica en nuestra capacidad de mantener vivos los valores fundamentales en nuestras comunidades locales.

El desafío para los ciudadanos comprometidos con los valores éticos es doble: mantener nuestra autonomía mental frente a la manipulación digital y mediática, y construir alternativas viables que demuestren que otro tipo de sociedad es posible. Las iniciativas ciudadanas, los movimientos sociales no violentos, y las redes de economía solidaria son ejemplos de cómo podemos crear espacios de resistencia y transformación.

La historia nos enseña que los sistemas más opresivos eventualmente se enfrentan a la resistencia pacífica, pero hay  ciudadanos ordinarios, que se niegan a renunciar a sus valores fundamentales. En esta era de control tecnológico y concentración de poder, nuestra tarea es mantener viva la llama de la dignidad humana y la justicia social.

Como profesional dedicada al desarrollo del liderazgo transformacional, no puedo evitar sentir una intensa curiosidad profesional por Donald Trump. Me gustaría tener la oportunidad de conocerlo de cerca, quizás incluso tenerlo como cliente. No desde una posición de juicio, sino desde la genuina convicción de que todo ser humano tiene la capacidad de evolucionar y transformarse. Me gustaría mostrarle que el verdadero poder no reside en la dominación, sino en la capacidad de inspirar y elevar a otros. Que el liderazgo por valores no solo es más ético, sino también más efectivo y satisfactorio a largo plazo.

Porque al final, como siempre digo a mis clientes, el liderazgo no es sobre ser el más fuerte o el más rico o el más poderoso , sino sobre hacer más fuertes a los demás.