¿Ética y legalidad?

Las organizaciones públicas y privadas en sus actuaciones a menudo se encuentran comprobando si estas se ajustan a la legalidad.

Y normalmente es así: en la mayoría de los casos se ajustan a la legalidad.

Este tipo de acciones toman especialmente relevancia cuando trata de la administración pública. En ella se determina claramente qué se puede hacer y qué es lo que no se puede hacer en función de la legislación vigente.

Pero ¿es suficiente que las organizaciones públicas y privadas cumplan con la legalidad?

Claramente es necesario e imprescindible.

Y también es fundamental que las normas y las leyes se ajusten a la realidad para sea posible cumplirlas. En el caso de que haciendo el trabajo con normalidad, la ley no se pueda cumplir, deben ser los gobernantes y los políticos los que tienen la obligación de cambiarlas para hacer posible que se puedan cumplir.

En la administración hay normativas administrativas difíciles de cumplir en diferentes tipos de actividades aunque estas se realicen correctamente. Son estas normas las que se deben revisar y adaptarlas a la realidad. Se debe garantizar el equilibrio entre la seguridad de todo tipo y la posibilidad de ejercer la actividad.

Pero más allá de esta perspectiva para encontrar el equilibrio entre unas normas claras y garantistas de la seguridad, existe la ética.

En la administración se gestionan fondos públicos y en las empresas se gestionan bienes que tienen repercusión en toda la organización. Por lo tanto en todas ellas es tan importante cumplir con la legalidad como tomar decisiones éticas.

No siempre cumpliendo la legalidad, las decisiones son éticas. Y aferrarse a que la decisión es legal no significa de ninguna manera que estas sean las más recomendables.

De hecho, en muchos casos de corrupción pública y también en la privada, las acciones que se han hecho se ajustan a la “legalidad” y cumplen la norma en la forma, si bien no son éticas.

Seguro que los casos de corrupción más “famosos” nos encontraríamos muchos ejemplos en este sentido. Pero también existen en el quehacer diario de muchas organizaciones. No vale sólo exigirla a los demás sino que también nos la debemos exigir a cada uno de nosotros.

Las organizaciones necesitan dirigentes éticos que promuevan organizaciones éticas y esto se hace promoviendo actuaciones éticas en la organización aunque éstas sean insignificantes. Estas van desde respetar que un bolígrafo es de la empresa y no es personal, a hacer las facturas correctamente, a distribuir el trabajo equitativamente, a escuchar a las personas, a respetar las opiniones, y a gestionar correctamente los fondos de la organización.

Todo ello va mucho más allá de cumplir con la legalidad. Y es que si queremos un mundo que funcione bien, forzosamente debemos tener organizaciones que funcionen correctamente y este será el resultado de cumplir con la legalidad, impulsando los cambios necesarios para que esta se ajuste a la realidad y sea posible cumplirse, y también con ética.

Ciertamente definir la ética y como es esta ética para cada persona es subjetivo. Pero seguro que todos podemos estar de acuerdo en que la medida correcta es aquella que hace que las decisiones tomadas no hacen daño a las personas, son buenas para todas y cada una de ellas y para la organización.

Y si en algún momento alguno de los miembros pierden (dinero, competencias o posición social), habrá que preguntarse si vale la pena ceder individualmente por el bien de la comunidad o de la organización.

Esta será la base del futuro. Tener dirigentes que se fundamenten en la legalidad, pero sobre todo en su actuación ética.

Este concepto es fundamental en el liderazgo transformacional. Por ello decimos que sin ética no puede haber liderazgo transformador.

La sociedad lo reclama. Podemos hacerlo y todos podemos contribuir a ello.

 

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