
¿Puede ser compatible la incomodidad y el confort?
Podríamos pensar que son dos términos incompatibles o incluso antagónicos. Y en cambio se dan juntos en muchas ocasiones.
Podemos hacer la prueba de poner atención en las veces que nos quejamos, bien sea de forma interna o externa.
¿Nos damos cuenta de nuestras quejas?
Bien es cierto que la queja se presenta en diferentes formatos:
Con palabras expresamos nuestro malestar.
- Hablamos y damos la culpa a los demás.
- Nos creamos una barrera mental para no expresar nuestro malestar, intentando así lograr que si no se expresa, éste no existe o es menor, pero … no nos sentimos bien.
- Pensamos y hablamos sobre nuestros sueños pendientes de cumplir, sin darnos cuenta que mientras los soñamos, la vida pasa, sin que estemos disfrutando de lo que realmente nos interesa.
Pero, ¿qué es en concreto lo que nos incomoda?
Las causas pueden ser múltiples. Por ejemplo:
- Las relaciones con los compañeros de trabajo.
- Las relaciones familiares.
- Las relaciones con amigos.
- Los socios
- El tipo de trabajo.
- El puesto de trabajo que ocupamos.
- El lugar físico en el que nos ubicamos.
- La remuneración que consideramos insuficiente.
- El horario de trabajo
- La falta de definición de objetivos de la organización
- La falta de tiempo de ocio
- El lugar geográfico en el que vivimos o trabajamos
- La monotonía
- La falta de recursos…
Y ¿qué hacemos para salir de este estado de incomodidad?
Una buena parte de las personas generamos “razones” de peso, para no cambiar de estado.
No deja de ser curioso nuestro comportamiento.
Nos quejamos porque estamos insatisfecho en alguno de los aspectos, y hacemos poco o nada, para salir de la situación.
Por ejemplo, razones que podemos escuchar para no cambiar de estado:
- Los ingresos económicos
- Toda la vida he estado aquí con esta o estas personas. No les dejaré ahora …
- Me es imposible cambiar de estado porque no soy capaz de llegar a un estado que me dé total satisfacción
- La edad
- La situación política o social…
Pero ¿qué es lo que ocurre realmente?
En realidad las personas nos sentimos cómodos en las zonas de incomodidad, porque es mucho más seguro vivir en un espacio conocido que dar un paso hacia el que nos es desconocido.
Por motivos puramente biológicos, el ser humano es conservador. Las personas -en general- nos resistimos a ir hacia lo que no conocemos.
Todos tenemos miedo de dar un paso hacia un futuro, que -por sí mismo para ser futuro-, es incierto.
https://leadersofnow.org/es/principal-elemento-saboteador-liderazgo-las-inseguridades-personales/
La zona de confort que guarda nuestra incomodidad, es justamente aquella zona donde viven nuestros miedos y nuestras inseguridades.
Lo hemos dicho una y mil veces, no somos conscientes de todos nuestros recursos y de todo lo que somos capaces de hacer y de lograr, porque nuestra educación no nos ha enseñado a ponerle atención.
De hecho, nos han educado justamente con el patrón contrario. Nos han educado para magnificar lo que no hacemos bien o bastante bien, en lugar de educarnos en reconocer nuestras capacidades y, a través de ellas, mejorar.
El confort que nos da nuestra zona de incomodidad nos protege y es la fuente de muchas excusas para no dar un paso adelante.
Las personas sabemos qué es lo que queremos y lo que no queremos. Sabemos lo que nos gusta y lo que no nos gusta. Sabemos lo que nos duele y lo que nos hace sentir bien.
Y en definitiva sabemos que nos frenamos por miedo y nos lo explicamos a nosotros mismos para justificarnos nuestra inmovilidad.
Los miedos siempre tienen una parte de fundamento que es cierto. Pocas veces sentimos miedo si en realidad no hay ningún riesgo. Riesgo real o percibido.
Decidir cambiar de empresa, de trabajo, de lugar de trabajo, de pareja, de casa, de ciudad, de club, de partido o de país genera siempre incertidumbre. Pero a pesar de que tengamos la posibilidad de cambiar nuestra situación, frenamos porque lo que nos es conocido, es zona de seguridad.
Todos debemos tener una lámpara de alarma que nos avise.
Tenemos que aprender a ser sinceros con nosotros mismos.
Tenemos que aprender a escucharnos en la queja e identificar hasta qué punto estamos cómodos en la incomodidad, o simplemente nos cancelamos para decirnos que no somos capaces de dar ni un solo paso adelante.
Es bueno explorar este espacio interior y descubrir de qué material está formado. Puede ser incluso descubrimos que nos habíamos acostumbrado a quejarnos como deporte, y que no hay motivo para seguir en ella.
O puede ser aprendamos a mirar de frente nuestros miedos, y nos atrevamos a hacerles frente.
Sólo después de mirar con objetividad el estado de incomodidad, podremos descubrir realmente los motivos de nuestro estado.
En algunos casos será cierto que no tenemos otra opción, que la de vivir en una zona que nos hace sentir incómodos. Pero seguro que son muchos los casos que en buena parte depende de nosotros seguir en la zona incómoda o salir de ella.
Se trata en definitiva de saber si ponemos excusas o nos decimos la verdad.
El liderazgo es también exigirnos analizar con objetividad de nuestro estado y asumir la responsabilidad que nos corresponde.
Dejar siempre las razones creadas como excusa y culpar a los demás es sin duda la forma más clara de involucionar nuestro liderazgo.
Liderarse uno mismo es también avanzar hacia la felicidad.
Al fin y al cabo es lo que todos queremos.
Intentémoslo.
En mi blog comparto reflexiones y pensamientos sobre los fundamentos que han de garantizar el buen funcionamiento de las organizaciones, situando en el centro a las personas y poniendo énfasis en la dirección por valores y en el liderazgo de los directivos.
En un momento como el actual, el respeto, la potenciación del talento y el establecimiento de relaciones de confianza son necesarios para el éxito de las empresas.